Olvídate del mundo. Piensa solamente en lo que llevas piel adentro y sabrás qué dulce y qué sabroso es, de pronto, vivir.
Jorge Debravo
Nuestro influjo sobre los demás todavía no se hace sentir, por lo tanto no produce ni efectos positivos ni negativos.
Debemos ser pacientes y movernos solamente cuando realmente estemos convencidos de que queremos hacer aquello que vamos a emprender. Debemos evitar las ilusiones pasajeras, los entusiasmos excitados.
No debemos corres detrás de aquellos sobre los que queremos ejercer influencia. No debemos acceder a todos los caprichos de aquellos que nos rodean y nos mandan. Debemos refrescar nuestro entusiasmo. Un cierto control sobre los sentimientos es la base de la libertad.
Nos encontramos en una situación en la que ejercemos gran influjo. En esta situación, se debe ser conscientes de los efectos que nuestro influjo puede causar en los demás, cuidándose sobre todo que ese influjo sea bueno.
Debemos impedir que las influencias externas influyan sobre nuestra voluntad o nos llenen de confusión. Sin embargo debemos dejarnos influir por la sabiduría ajena pero siempre conservando nuestra naturaleza interior.
El verdadero influjo surge del exterior. Cuando nuestro interior está espiritualmente desarrollado y somos inocentes, nuestra influencia saldrá al exterior de mil maneras y afectará a todos cuantos nos rodean.
Si uno no es fuerte interiormente, cada vez se une más, y toda la posibilidad de encontrar una salida queda cortada. Existe una ceguera interior que debe superarse a toda costa.
Le damos demasiada importancia a cosas que no la tienen y eso nos provoca malestar pues pensamos que no hay escapatoria. En esta situación, la actitud correcta es la de afrontar las dificultades mediante actitudes espirituales.
La inquietud hace que al emprender cosas aparezcan los obstáculos, los cuales solo causan desazón si se arremete contra ellos de forma irreflexiva, y corremos el riesgo de buscar apoyo en cosas que no son sólidas.
No somos capaces de actuar con la suficiente rapidez y energía donde es necesario, y abordamos el asunto con vacilación y falta de decisión.
Nos preocupamos sinceramente por el bienestar de los demás, pero nos vemos oprimidos desde arriba y desde abajo. No encontramos ayuda entre quienes tienen el deber de dárnosla.
Nos sentimos agobiados, atados, pero las cuerdas que nos atan son fáciles de cortar. La opresión se aproxima a su fin. Pero todavía estamos indecisos.